No hay mejor sensación que salir a la calle y notar el frío de la mañana y la humedad de toda una noche de rocío. Notar el vaho saliendo de la boca, el calor de la bufanda rodeando tu cuello y la sensación de tener las manos heladas.
En invierno todo tiene encanto, y no hablo de la Navidad. Montarse en un autobús puede ser la mejor experiencia del día: calidez y cristales empañados. Quién sabe si como este cristal que yo encontré:
Quién sabe quién dibujó ese corazón en el cristal empañado, mojando su dedo con la fría humedad de la ventana. Quién sabe si fue una chica enamorada, un adolescente o una señora con ansia de juventud. Quién sabe si era alguien que se dirigía al hospital, o alguien que debía hacer un viaje en el que dejaba su amor atrás. Quizás lo dibujó una niña pequeña camino de la escuela o un enamorado de la vida. Quizás fue un poeta que ahora está leyendo estas líneas. Quizás lo hizo una madre separada. Quizás fue una mujer embarazada. Quizás lo hizo el abuelo que acompaña a su hija a casa. Quizás fue Pedro. Quizás fue María. Quizás fue alguien triste. Quizás fue fruto del desamor.
Quizás.